El Vaticano II es el concilio más singular de la historia de la Iglesia, según el cardenal Rouco Varela
San Juan XXIII quiso acercar la riqueza de la vida de la iglesia al mundo de su tiempo, señaló en su conferencia el académico de la RADE
El Vaticano II fue el concilio más singular de los celebrados a lo largo de la historia, porque ninguno de los anteriores se había convocado por estrictas razones pastorales; y también por el número de padres conciliares que reunió, casi 3.000, manifestó el cardenal Antonio María Rouco Varela, miembro de número de la Sección de Teología de la Real Academia de Doctores de España (RADE), en la sesión “50 años después de la clausura del Concilio Vaticano II, en la que le acompañaron el secretario general de la corporación, Emilio de Diego García, y el presidente de la sección, Santiago Madrigal Terrazas, SJ.
El anuncio de la convocatoria fue una sorpresa, sobre todo en España. Para muchos profesores de universidades eclesiásticas, el Vaticano I había quedado inconcluso. De hecho, había una comisión romana encargada de su continuidad o de convocar un nuevo concilio; pero nada de eso se hizo. La idea general era que la situación de la Iglesia no parecía requerir esa convocatoria, indicó el doctor Rouco.
El Vaticano II se convocó, no porque hubiera problemas doctrinales de fondo o una situación de indisciplina general o particular, sino por una singular inspiración de San Juan XXIII que, al anunciarlo, lo proyectó como una experiencia o vivencia de la iglesia que tenía que ver con la situación del mundo. El propio Papa lo codificó como un concilio que quería acercar la riqueza de la vida de la iglesia y su conciencia de servicio al mundo de su tiempo. “Desde este punto de vista, es el concilio más singular de los celebrados en la historia. Un concilio que se convoque por estrictas razones pastorales, no se había dado. También fue un concilio singular por el número de padres conciliares que reunió, casi 3.000. El Vaticano I había contado con 400 o 500, y el de Trento nunca llegó a 300”, afirmó Rouco.
Concilio real, concilio mediático
Entre las características del Vaticano II, el ponente mencionó la complicación de su organización y la singularidad de su celebración, que no se interrumpió durante sus cuatro periodos de sesiones, como había ocurrido en otras convocatorias. No hubo interferencias de poderes laicos, autoridades civiles ni potencias. Se sospecha que hubo algunas concesiones a la URSS para que dejara asistir a los obispos de las iglesias orientales. “Pero es más una sospecha que una tesis probada”, aseguró Rouco. No obstante, se hicieron grandes esfuerzos diplomáticos para conseguir esta presencia, y no se logró hasta la segunda o tercera sesión.
Joseph Ratzinger habla de dos concilios: el real, de los padres conciliares y los grupos de trabajo, y el mediático, de los periodistas; y añade que, por sus efectos sobre la opinión pública, e incluso sobre la Iglesia, había sido más influyente y poderoso el mediático que el real. Lo cierto es, continuó Rouco, que el Vaticano II tuvo una repercusión mediática imponente, los periodistas tuvieron amplio acceso al aula conciliar y su asistencia a las deliberaciones fue muy notable.
Destacó el cardenal que desde el primer periodo de sesiones, en 1962, que coincidió con la crisis de los misiles de Cuba, a propuesta de importantes padres conciliares, que el Papa aceptó, se modificó el sistema de trabajo establecido previamente. Al final del primer periodo de sesiones está claro que el concilio se va a centrar en el estudio de la iglesia hacia dentro, desde si misma, de su ser, sus fines y su misión, y también hacia fuera, a su relación con el mundo de su tiempo. Y en torno a esos grandes temas se enhebran los problemas concretos y las grandes cuestiones, lo que da lugar a la aprobación de cuatro grandes constituciones, tres de carácter dogmático y una, la más novedosa, Gaudeum et Spes, que plantea las relaciones de la Iglesia con la sociedad de su tiempo. Dijo Rouco que esta constitución refleja la situación del mundo y del hombre tras la experiencia dramática del siglo, y mantiene que se trata de un hombre que no sabe bien quién es ni para qué vive, sufre una sociedad desquiciada y busca un camino de paz y de justicia. Ante ese panorama, que describe el concilio, la Iglesia ofrece a Cristo que es la respuesta a los grandes problemas del hombre.
Un mundo en tensión
El ponente subrayó que el Vaticano II se celebró cuando aún no se habían cerrado las heridas de la guerra mundial. Se vivía bajo el temor de la amenaza atómica, con enfrentamientos y gran tensión internacional en toda Centroeuropa. Era una humanidad partida en dos: el bloque soviético y el mundo libre, con un tercer mundo que empezaba a emerger por los procesos de descolonización. Y, en medio de todo, pervivía la cuestión social sin resolver, aunque comenzaba a vislumbrarse un sistema de economía social de mercado y de estado de derecho libre y democrático.
Cuando convocó el Vaticano II, el mismo San Juan XXIII dijo que la Iglesia estaba en un momento extraordinario de santidad, celo y vida religiosa, y los seglares comenzaban a tomar conciencia de sus responsabilidades apostólicas. Era una Iglesia, agrega Rouco, con una gran preocupación por lo social y los derechos humanos. Por otra parte, había un gran reto intelectual porque la modernidad había llegado a su final, y el pensamiento cristiano se enfrentaba a él con una escolástica renovada por el intento de grandes teólogos.
El papel de la Virgen fue un tema muy discutido en el Vaticano II, bajo una gran influencia de las apariciones de Lourdes y Fátima, y el concilio lo solventa con muchísima luz y finura intelectual y teológica, en opinión del cardenal, al declarar a María madre de la Iglesia. Se abordaron también los temas de la familia, la cultura y la vida socioeconómica, con los problemas de la justicia social y el mundo laboral. Y se dedicó un capítulo a la comunidad política, que el doctor Rouco calificó de “muy bueno, sobre todo para la concepción de las relaciones Iglesia y Estado”. Y sobre las relaciones internacionales se planteó una disyuntiva rotunda: o la paz o la destrucción del globo terráqueo.
De entre los documentos del concilio, Rouco destacó la declaración sobre libertad religiosa, que tuvo gran repercusión en España. La posición del concilio fue clara: es un derecho natural del hombre a ser libre de toda coacción de cualquier poder para decidir su conciencia y actuar y vivir su religión. Es un derecho de naturaleza privada y pública, que no solo afecta a la vida del individuo y de la familia, sino a la sociedad. “La actualidad de este principio del Vaticano II es máxima en este momento”, concluyó el doctor Rouco.
Durante el coloquio, a la pregunta del doctor De Diego sobre la posibilidad de que se celebre un nuevo concilio, el cardenal respondió que convocar hoy un concilio en cuyas sesiones generales participen 7.000 obispos tendría enormes complicaciones. Y añadió que, aunque es verdad que la situación del mundo es muy movida, las grandes claves del hombre y de la sociedad siguen siendo las mismas.